No se cansará de esperarte, aquel que no se canse de mirarte.

sábado, 19 de mayo de 2012

Hasta Nunca

Iba a hablar de vaguedades. Sensaciones. Pequeñas minucias del día a día. De lo intensas que fueron mis vacaciones. De lo largas. De lo rápido que pasaron. Pero no me encuentro con fuerzas. Antes o después sabía que llegaría este momento, pero eso no lo dulcifica.

Aún salió a colación en dos conversaciones de este pasado fin de semana. La campeona de la familia. Con sus ojitos celestes y su pelo aún ligeramente anaranjado. El vivo retrato de una escocesa y con todo un record de longevidad. Ahora se está apagando lentamente.

Tenía cuatro años cuando de hundió el Titanic. Nació el mismo día que moría Korsakov y un año antes de la muerte de Jerónimo. Con cinco años vivía la revolución de Pancho Villa.  A sus seis empezaba la I GM…

Con 104 años, tal y como ella misma dice: “he visto demasiadas cosas” La Tía Pilar. Aunque hablando con propiedad debería decir mi tía abuela. Siempre con la misma expresión tranquila. Bonachona, de esas personas incapaces de decir nada malo de nadie. Ocupadas en tratar de ayudar al prójimo. Un ejemplo, al menos para mí.

Hace unas semanas la ingresaban muy pachucha. Empezaba a fallarle el cuerpo de gastado que lo tiene ya. Un ligero repunte nos hizo ilusionarnos ante la posibilidad de que saliera adelante, pero ya no hay esperanzas. Ella está feliz y carente de preocupación. Es consciente de que se muere. Y no le da miedo. Todos firmaríamos la vida que ha llevado tanto en experiencias como en longevidad, pero eso no me consuela.

Estoy muy lejos y ella en Galicia no aguantará más que algunas horas. Se muere y no la volveré a ver nunca más. Se había convertido en una de las razones por las que deseaba volver una y otra vez a Galicia. Llevarle sus trufitas de chocolate, que guardaba para cuando las amigas se habían ido de la partida. Enseñarle las fotos de mi peque. Explicarle una y otra vez que yo era el hijo de Miguel y Gema. El de los dos hermanos. Para que pasados diez minutos me dijera ella: “pues yo juraría que eras el hijo de Miguel”

Me siento triste. Melancólico. Solo. No tengo derecho. Es ella la que se muere, no yo. Pero es una grande de entre las grandes. Y no volveré a verla nunca más.