No se cansará de esperarte, aquel que no se canse de mirarte.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Veinte años no es nada

Veinte años justos y un día, desde que Farrokh Bulsara reconociera que llevaba cuatro años luchando contra el SIDA. Un día antes de morir, con 45 años, este genio de la música reconoció lo que todo el mundo adivinaba desde hacía tiempo bajo las capas de maquillaje que trataban de disimular su demacrada cara. Pero veinte años no es nada y hoy más que nunca, quiero recordar al vocalista del grupo más grande que ha dado la música mundial con la canción que él mismo elegiría como epitafio:






Freddie Mercuri no ha muerto.

domingo, 20 de noviembre de 2011

A tres personas muy especiales

Tras una intensa semana me veo en la obligación de compensar con creces lo que debo desde hace seis días. Desde estas líneas quiero felicitar a tres personas que se merecen mis mejores deseos y de los que sé que dos no van a poder recibirlos, salvo que la tercera persona se los haga llegar. Una porque no lee este blog, y el otro porque todavía no tiene edad para si quiera leer.

Lo dicho, espero que disfrutéis del pequeño Álvaro y que le criéis con el mismo mimo que hacéis casi todo. Ya veréis cómo no hay nada más bonito en el mundo que poder ver como van creciendo y, el día menos pensado, os daréis cuenta de que en lugar de un bebé ya tenéis una pequeña personita con vosotros.

Después de tantos sustos y sinsabores, lo único que puedo es enviaros un fuerte abrazo y deciros que para cualqueir cosa que necesitéis, ya sabéis donde estoy. Ahora que empezaréis a dibujar unas preciosas ojeras en los párpados, lo único que puedo deciros es que solo os faltan 30 años, para poder descansar.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Madrid Renace

Madrid bulle este otoño. La ciudad muestra todo su esplendor en vísperas de navidad. Se engalana y pone a punto una oferta de ocio digna de una gran ciudad. El Circo del Sol estrena un espectáculo único, que solamente han llevado a tres ciudades del mundo. Quien haya tenido la suerte de disfrutar de alguna de las actuaciones del circo canadiense, sabe que nunca defraudan. Música, colorido, espectáculo. Es una de las citas obligadas hasta final de año. Zarkana está diseñado como una ópera-rock y solamente lamento tener que esperar exactamente un mes para poder ir, eso sí, en la mejor compañía posible.

En el eje Prado-Recoletos, el plato fuerte es el Museo del Prado, con una exposición temporal cedida por el Hermitage. Más de 200 obras llegadas de San Petesburgo y que permanecerán en exposición hasta primavera. Además, el museo está a punto de ampliar su horario, abriendo los lunes. El contrapunto es que se adelanta la hora de cierre y que continúa con la política de entrada única para la exposición permanente y las temporales, cuando por tiempo es muy complicado poder disfrutar de ambas.

Si las colas son demasiado largas, justo al lado se encuentra uno de los jardines más bonitos del centro: el Botánico. Durante estos dos meses, se realizan interesantes visitas guiadas y si se prefiere siempre se puede acercar uno para dar un paseo y tomar algo. Los niños pueden asistir a cualquiera de los múltiples talleres y entretenerse mientras aprenden de la naturaleza en pleno centro de Madrid.

Todos los que disfrutan de los musicales, no pueden dejar de pasear por la Gran Vía, donde acaba de llegar directo de Broadway El Rey León al teatro Lope de Vega. Junto a esta obra en la que la escenografía se encuentra cuidada al detalle, podemos encontrarnos con Sabina en el Rialto o, para los más pequeños, Shrek en el Nuevo Apolo o el Mago de Oz en el Príncipe. Muy recomendable es también en el Nuevo Teatro Alcalá el musical de Chicago. Gran cariño le tengo a este teatro, dónde pude ya hace años, disfrutar de Cabaret como nunca me hubiera imaginado.

El plato fuerte en el Lope de Vega, en mi opinión, no es tanto el Rey León, como las representaciones de El Lago de los Cisnes y La Bella Durmiente. En este caso es el Ballet Clásico de Rusia quien nos acerca a la obra de Tchaikovsky que cualquier amante del ballet no puede perderse.

El Teatro Real, tiene una oferta un tanto floja ahora para lo que suele ser habitual en estas fechas, aunque la calidad de las representaciones, la arquitectura y toda la parafernalia, lo compensa. Además, siempre es menos complicado conseguir entradas para Lady Macbeth que para Madam Buterfly, Tosca o Turandot.

El Auditorio, en Príncipe de Vergara también amplía su oferta de conciertos de cara a la campaña de navidad. Y a quien le gusten los conciertos, el próximo martes Sinéad O´Connor inaugura en el Teatro Compac de Gran Vía una serie de visitas de grupos tan variopintos como Roxette o mi entrañable Bjork. 

A quien solamente busque la tranquilidad de un buen paseo, siempre que el tiempo lo permita, le quedará la Casa de Campo, el retiro y, sobre todo, un parque muy desconocido para los madrileños y que es un auténtica maravilla: El Capricho. Finca que perteneció a los Duques de Osuna y que tras la restauración a la que se vio sometido a finales del siglo pasado se ha convertido en una de las joyas botánicas de la capital. Muchos se pierden en el Juan Carlos I, desconociendo que a su vera, se encuentra un auténtico capricho.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cansado lobo de mar

El barco llevaba crujiendo mucho tiempo. La podredumbre afectaba a un casco viejo y destartalado que había vivido tiempos mejores. La arboladura soportaba a duras penas unas velas raídas y las jarcias se balanceaban golpeando sin ton ni son. Las nubes no presagiaban nada bueno y, el capitán, en un estado de embriaguez absoluto se había encerrado en su camarote. No quedaba tripulación, al margen de tres curtidos marineros que se emperraban en mantener la nave a flote. Los botes se habían arriado repletos con todos aquellos que desesperados habían desistido de luchar contra lo inevitable.

En el cuaderno de bitácora, las primeras anotaciones del día, con letra firme, indicaban cómo la situación seguía siendo desesperada. Sin casi comida, en mitad del océano y con una tormenta en ciernes, todo estaba presto para terminar en tragedia. La vía de agua que llevaba meses sin ser reparada, estaba ensanchando día a día y esa noche se esperaba la peor tormenta que el buque había conocido. El estado de ánimo estaba por los suelos. Dos de los marineros hacía tiempo que se habían amotinado pero ya sea por un atisbo de lealtad o por un afecto hacia el capitán, se negaban a abandonar el barco. El contramaestre, todavía trataba de convencerle de que con su pericia y un poco de suerte aún podían sortear la tormenta.

El capitán, una persona huraña y curtida en mil batallas, se emperraba en que el barco aguantaría cualquier envite y que solamente había que preocuparse de la vía de agua, a pesar de que el contramaestre le advertía de que esta no tenía solución. La bomba de agua se había estropeado y con solo seis manos, no sería posible pasar de aquella noche sin que el barco se hundiera. El segundo de abordo y el grumete amotinados desconocían este problema y su mayor preocupación era la falta de gobierno en una nave completamente perdida en medio de la inmensidad. Sabían que aun arriando el bote que quedaba, la tormenta y la falta de víveres hacían complicada la supervivencia. Hacía meses que se habían amotinado, pero ahora sabían que deberían haber abandonado el buque, cuando todavía resonaban en el cielo los gritos de las gaviotas.

A la segunda hora de la noche, cuando el capitán se retorcía febrilmente entre alucinaciones, el segundo se decidió a entrar en el camarote para sacarlo a rastras y meterle en el bote. La discusión resonaba por encima de los truenos aunque no lo suficiente como para que el contramaestre pudiera oírla. Estaba luchando contra la vía de agua a sabiendas de que su esfuerzo era del todo inútil. El grumete, asustado por la situación, era el único que todavía guardaba una fe ciega en el capitán. Su falta de experiencia le hacía crédulo y la fama que se había labrado el capitán en épocas mejores hacía que sintiera una admiración fuera de toda duda. Así, se afanaba entre los aparejos tratando de mantener el velamen a salvo de las fuertes ráfagas de viento, mientras el timón daba bandazos de un lado a otro fuera de todo control.

El capitán le recriminó al segundo su falta de lealtad y el escaso respeto por quien había dirigido aquel barco durante tantos años. Sentía cómo el contramaestre, apenas recién llegado, le tenía más aprecio que aquella persona con la que tanto había compartido y de la que le separaba ahora un mar de odio y rencor.

Un rayo tronchó el palo de mesana que con un terrible estruendo arrastró la mayor parte de las vergas contra la cubierta abriendo un enorme boquete y dejando la bodega al raso. El segundo de abordo zarandeó a un capitán que a duras penas se aguantaba de pie.

-Id todos al infierno – les gritó a los tres fieles que quedaban en el barco. -Dejadme con mi barco e iros todos donde queráis. Yo solo me basto para mantener este cascarón a flote. El segundo metió al grumete en el camarote y le increpó al capitán –Húndete si quieres con este montón de tablones carcomidos. Vete al fondo del mar, pero hasta aquí te hemos acompañado. Quédate con el grumete mientras preparo el bote. En cuanto vuelva te dejaremos que te ahogues tranquilamente tú solo.

Dando un portazo salió del camarote mientras el grumete contenía las lágrimas completamente asustado por todo aquel estruendo. El capitán apuró otra copa de ron, escuchando cada uno de los ruidos y quejidos de aquel amado barco. Deseó una vez más que se murieran todos aquellos inútiles. No valían para nada. Y volvió el segundo de abordo para llevarse al grumete. En el último momento, todavía con un atisbo de dulzura, le pidió al capitán que recapacitara. Que aún había hueco para alguien más en el bote y que, aun desprovisto de toda autoridad, todavía podía salvar la vida.

Fue en ese mismo momento cuando el capitán pronunció las palabras de las que se arrepentiría el resto de su existencia. Conforme salían de su boca, escupidas con toda la bilis que le quedaba, recuperó un ápice de lucidez. Mientras el segundo se llevaba a rastras a un grumete que todavía confiaba en la valía del capitán, éste, ya completamente desquiciado les increpó que el bote se iría a pique antes que aquel barco. Que se reunirían en el fondo del mar, pero que le tendrían que esperar un buen tiempo.

Ya una vez solo, no se acordaba de la vía de agua. La tormenta zarandeaba un barco completamente a la deriva y al que le quedaban pocas horas a flote. Solo, con el contramaestre ocupado en luchar contra molinos, el capitán comprendió lo imbécil que había sido. Una vez más, la vida le había dado una lección demasiado tarde. En un barco que se hundía, la única esperanza que le quedaba era ser el único que se ahogara aquella noche, aunque por otro lado, el miedo a esa situación le hizo desear que al menos el tripulante que quedaba le acompañara hasta el último momento.

Cuando cerca del amanecer, con un crujido el casco se partió en dos, capitán y contramaestre terminaron en las frías aguas. El contramaestre abrazado a unos tablones, luchaba por tratar de mantener a flote a un capitán que en ese momento lo único que deseaba era que le dejaran morir en soledad.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Un vagabundo

Madrid se acuesta despejado. Algunas estrellas asoman entre las nubes y la calle resuena con el golpear de mis botas. El frío me cala los huesos y me despeja mientras deambulo sin rumbo fijo. Después de un domingo cualquiera apuro los últimos resoplos de otro fin de semana que se va. Las calles están vacías y los bares llenos. Me alejo de mi casa sin rumbo fijo, atravesando un parque que me resulta familiar. Sigo en el barrio: en la parte baja de mi barrio.

Mañana se presenta duro. Pasado infernal. Los recortes de personal y el nuevo accionista mayoritario hacen del cierre de este mes un cierre especialmente complicado. El miércoles una tregua y más de lo mismo jueves y viernes. Llego a un supermercado 24 h. Giro a la derecha.

Repaso un fin de semana un tanto particular. Intenso. Cargado de actividades, emociones y presentaciones. El primer fin de semana en Madrid después de dos semanas. Todavía no ha acabado. No quiero que acabe. Lo he exprimido hasta la última gota pero necesito más.

Una calle con farolas encendidas. Coches a ambos lados. Los unos junto a chalets, los otros junto a un bloque de apartamentos bien conocido. ¿Qué me ha llevado hasta aquí? Mientras una pareja pasea abrazada junto a mí, llego a un garaje.

El frío parece remitir. Entro en el garaje sin saber cómo he salido a pasear con la llave de ese garaje. No son las nueve todavía. Algo tarde. Muy tarde para algunas cosas. Con una bandera blanca subo a un tercer piso. Ante la puerta dudo. Oigo risas dentro. Espero, escucho y dudo.

Llega el vecino del A. Me saluda y me pregunta cómo va todo. Le digo que bien, que si le ha tocado guardia en la comisaría. Asiente. No encuentra las llaves y yo sigo frente a la otra puerta. Solo tengo una alternativa. Toco el timbre. Las risas cesan y suenan unos pasos. El vecino por fin entra en casa.

Una cara familiar se asoma por la puerta. Muestra sorpresa. No desagrado. Me deja pasar y se va al fondo. La casa está caliente y en el baño se oyen chapoteos. Cierro la puerta y la sigo. Al entrar en el baño se desata un estallido de risas, gritos y sonrisas. La cara familiar muestra cierto desagrado. Tras un frío saludo, le ayudo con una toalla mientras el chapoteo termina con media bañera vacía.

Pañales, biberones y cunas. Antes de las diez me enfrento a la pregunta de por qué he ido. Me disculpo por no avisar y le miro a la cara. No tengo que decir más. Me comenta que en la nevera hay un poco de embutido y unos yogures. Le comento si también tiene un sillón. Se le escapa un atisbo de duda, que pasa casi inadvertido. Sin embargo lo veo. Vuelvo a disculparme y una lágrima recorre mi mejilla. - Siempre disculpándote sin hacer nada por evitarlo – me increpa.

Ceno algo sin apetito y recojo los platos. Ella no toma nada. Nos sentamos y hablamos de tonterías. Del día. De la niña. De lo bueno y de lo malo. De la semana que se aproxima y de los errores cometidos. No hay rencor, tampoco nada más. Ella madruga. Mucho. Me da una manta y me dice que mañana apague la calefacción al irme. De la pequeña se ocupa ella.

Se va. Recuerdo por qué la he querido y revivo por qué me fui. El salón está caldeado, pero una frialdad de fondo me hace estremecer. En la librería hay tres huecos vacíos. El cuarto está dentro de mí.

En la televisión están poniendo otro partido de fútbol. Ya no sé cuantos van. Películas empezadas, programas terminando. Es muy tarde, pero oigo la televisión del dormitorio y un nudo se me aprieta en el estómago. Me levanto sin hacer ruido. Camino sin encender las luces. Conozco de memoria la casa. Bajo una puerta asoma la luz de una televisión. Entro en la habitación. Ella está despierta en el lado izquierdo de la cama y asiente. Me voy al derecho. Me meto. La abrazo y me duermo. Los problemas se difuminan con su abrazo mientras mi musa se acerca en sueños a mi rescate. Ella siempre acude.

Una alarma me roba mi sueño. Me despierta. Me trae a la normalidad. Son las 8:00. La cama está congelada desde hace dos horas. Tengo el tiempo justo para llegar a casa, arreglarme y a la oficina. Hago la cama, apago la calefacción y me voy. Sé que no volveré a esa cama. No ya más. Todos erramos, pero un día muy duro me espera por delante como para pensar ahora en esto.