Ali, mi querida Ali. Una vez más, con la puesta de sol, mis
temores salen de debajo de la cama. Después de un día de relativa tranquilidad,
el aire vuelve a no querer entrar en mis pulmones. Me asfixio. Y pese a no
guardar ya ninguna esperanza en un sueño, rememoro lo que no he tenido como si
se tratara de un éxito.
Ahora recuerdo las charlas intrascendentes, las risas
gastadas, las miradas cómplices. Chorradas carentes de otro significado que el
de dos personas que comparten algunas aficiones. Y lo añoro. Sé que ya ni eso
me quedará. Dicen que el amor duele. Pues que le jodan, porque ahora mismo me
muero de dolor. Sentimiento estúpido y sobrevalorado, capaz de arrastrarte sin
correspondencia a un estado de lamentable languidez. ¿Quién puede haber creado
algo tan absurdo? ¿Qué sentido tiene estarse consumiendo por quien no tiene
remota idea de cómo me ahogo?
Los minutos se hacen horas, las horas semanas. Y no sé si
deseo que llegue el martes o no. Sé lo que va a pasar. Mi cabeza sigue rigiendo
con propiedad. Pero me niego a aceptarlo. Me aterra saber que será el último
momento en que la vea. Me desgarra saber que ni siquiera existirá la
posibilidad de poder volver a contactar con ella. Me destroza tener la certeza
de que sea como sea, nunca podré volver a estar a su lado. Pero necesito poder
contemplar su cara otra vez. Oír su voz, aun cargada de reproches. Poder
disparar la última bala de fogueo, aun con un arma encasquillada. Diez minutos
quizás. Tal vez cinco. Millones de cosas que se quedarán por decir. Miles de
momentos de disfrute que nunca llegarán a suceder. Sueños, ilusiones, fantasías…
Ali, solo quiero caer dormido. Solo deseo perder la
consciencia y alejarme de este mundo real a uno en el que gobierne mi corazón. En
un lugar tan complejo, no debería ser tan difícil conseguir lo que a mis ojos
parece tan claro. No quiero seguir despierto. No quiero seguir en esta habitación.
No vale de nada ser de una forma. Es indiferente comportarse de una manera u
otra. Fracaso. Lo llevo escrito en la frente y me emperro en luchar contra
ello. ¿Tan odioso soy? ¿Tan horrible como para apartarme por completo a desde
donde no se oiga mi voz?
Desde que tenía seis años soñaba con vivir en otros mundos,
en otras épocas, en otras vidas. Nunca me he sentido a gusto con las cartas que
me han tocado jugar, aunque lo he hecho lo mejor posible. Hoy, treinta años
después, no ha cambiado nada. La chica se queda con otro, o con nadie en este
caso. La gloría se pierde por el camino. La honra se arrastra por los suelos. Y
la dignidad es algo que ya no sé dónde está. El amante de las causas perdidas. Hoy
no soy capaz de salir de este bucle. Sé que mañana quizás sí; o pasado. No es
un estado permanente. Son oleadas de ansiedad. Pero cada vez que una rompe
contra mí, tiemblo y amago con caerme por la borda de este barco que es mi
vida, que hace tiempo que navega sin capitán.
Ali, no es justo. Los sentimientos deberían subordinarse a
la lógica. El dolor sin motivo no es racional. El desamor debería combatirse
con el sentido común. ¿Cómo puede alguien que tiene la certeza de no significar
nada para otra persona, estar perdidamente enamorado de la misma? Me quedo con
la burbuja. Susana decía que la vida es demasiado monótona para mí. Qué en las
pequeñas cosas está lo que la hace tan especial. Que ambicionar metas
inalcanzables solo conlleva frustración. Una mujer, una hija, media vida. Egoísta
he sido al tirar todo esto por la borda. Estamos solos, sueles decir. Pero
algunos hemos hecho lo imposible por conseguirlo.
Alicia, ¿Dónde está mi sombrero? Al otro lado del espejo no
quedan ya incentivos que me impulsen a seguir viviendo, y el mundo real me
parece estúpido y gris. Así soy. Yo he prendido fuego a mi ejército y me he
quedado fascinado viéndoles chillar bajo las llamas. Ahora solo un milagro
puede hacerme recuperar la chaveta. Mientras tanto, me miro en el espejo y solo
veo un monstruo. Un triste arlequín. Algo de lo que me avergüenzo solo de
pensar lo bajo que ha caído.